El corazón es un músculo que está en continua contracción y relajación día y noche. Para su correcto funcionamiento necesita un aporte continuo de oxígeno y otros nutrientes, que sirven como combustible para producir energía.
El oxígeno y nutrientes llegan al músculo cardíaco a través de 3 arterias coronarias (similares a 3 tuberías ). Cada una de estas tuberías (coronarias) irriga una parte del corazón. Como consecuencia de exposición a los llamados factores de riesgo (posteriormente elaboramos este aspecto), las coronarias van acumulando progresivamente y de forma silente grasa (y otro material inflamatorio) en su pared.
El crecimiento progresivo de los acúmulos de grasa, llamados placas de ateroma, hace que la coronaria pueda estrecharse progresivamente. Durante este proceso de crecimiento de las placas de ateroma, en un momento puntual, la cápsula que recubre la grasa puede fracturarse, poniendo la grasa en contacto con la sangre que circula dentro de una de estas tuberías (coronarias). La grasa no es soluble y al contacto con la sangre provoca la formación rápida de un coágulo de sangre, que puede llegar a obstruir completamente la coronaria, impidiendo que la sangre pueda llegar a la parte de corazón distal al lugar de obstrucción.
El músculo cardiaco que deja de recibir aporte de sangre deja de funcionar muy rápidamente (es decir, deja de contraerse). Si esta situación se prolonga (más de 20-30 minutos), el daño al corazón se hace progresivamente irreversible (se queda necrosado). Cuanto más tiempo esté una parte de corazón sin recibir aporte sanguíneo, más extensa será la zona de daño irreversible. Después de varias horas, la práctica totalidad del territorio que dejó de recibir sangre se queda necrosada, y el músculo se sustituye por una cicatriz que no se contrae y puede provocar otros problemas.
El tratamiento para un infarto de miocardio consiste en “desatascar” la arteria ocluida lo más rápidamente posible. Si se consigue recanalizar la tubería (coronaria) relativamente pronto (primeras 1-2 horas), la secuela del infarto será mucho menor que si la recanalización se produce pasadas varias horas (o cuando no se recanaliza la arteria coronaria). Debido a esta rápida progresión del daño irreversible cardíaco durante un infarto, su tratamiento debe instaurarse lo antes posible. Es por ello que ante síntomas sugestivos de infarto (comentado posteriormente), se debe avisar a los servicios de emergencias lo antes posible. En este caso aplica el dicho “más vale un por si acasoque un yo pensaba”.
Existen dos métodos para desobstruir la coronaria durante un infarto:
Sin duda, la mejor técnica es el cateterismo, que es lo que realizamos los cardiólogos intervencionistas. Consiste en llegar a la coronaria obstruida a través de un catéter (tubo largo) que se inserta por una punción pequeña en una arteria de la muñeca. A través de este catéter se puede ver cual es el lugar donde está la obstrucción, para luego insertar un stent (malla metálica que abre desde dentro la coronaria e impide que se vuelva a cerrar).
Cuando el cateterismo no se puede realizar relativamente rápido (por ejemplo porque el paciente está en un área muy alejada del hospital con capacidad para hacer cateterismos), la opción alternativa es inyectar un medicamento por la vena que tiene la capacidad de disolver el coágulo que obstruye la coronaria. España tiene una red de hospitales excepcional y la cobertura para hacer cateterismos urgentes es muy alta.
El síntoma más “típico” de un infarto es la aparición más o menos brusca de presión en el centro del pecho (similar a tener un peso encima). Este dolor no se alivia con los movimientos, y en ocasiones se extiende a la mandíbula, uno o los dos brazos e incluso a la boca del estómago.
En ocasiones se acompaña de sudores o boca seca. Existen otras formas de manifestarse los infartos, pero son menos frecuentes.
En cualquier caso, ante un dolor en el pecho que no se ha tenido antes y que se mantiene a lo largo de minutos, lo mejor es llamar al 112 buscando asistencia. Es mucho más seguro llamar a los servicios de emergencias que acudir por sus propios medios al hospital, ya que durante un infarto en curso pueden producirse arritmias que incluso evolucionen a parada cardiaca, y en presencia de servicios de emergencias se puede actuar de inmediato.
El mecanismo último que provoca el infarto ya se ha explicado previamente, pero es importante conocer por qué se va acumulando grasa en la pared de las coronarias. La exposición a los llamados factores de riesgo explica en gran medida este proceso. Los factores de riesgo más conocidos son:
La exposición continua a uno o varios de estos factores de riesgo hace que las arterias de todo el cuerpo (no sólo las coronarias) empiecen a dañarse y se hagan propensas a acumular grasa en su pared.
La gran mayoría de los infartos sería prevenible. Evitar los factores de riesgo (evitando, por ejemplo, el tabaco) o tratarlos de manera precoz (por ejemplo con intervenciones que bajen el colesterol o la tensión arterial) resulta en una reducción muy importante de las probabilidades de padecer un infarto de miocardio.
Es importante reseñar que el acúmulo de grasa en las arterias no sólo afecta al corazón, sino a todo el organismo, y además de infartos puede provocar ictus cerebrales, aneurismas de aorta e incluso demencia.
Dos mensajes a modo de resumen: