El término doula, en su acepción más reciente, hace referencia a las mujeres que ayudaban a las nuevas madres durante la lactancia y al cuidado del recién nacido. Servían de acompañantes y apoyo a mujeres en periodos de infertilidad, embarazo, parto, crianza, adopción, posparto o duelo. Y es en este último punto cuando el rol de las doulas se desdobla para asistir de modo integral en un fallecimiento, y aparecen las doulas de la muerte, una figura aún minoritaria en España pero que poco a poco va ganando aceptación.
Compañía al morir
En su mayoría, las doulas son mujeres que ofrecen compañía a la persona que sufre el duelo en primera persona, aunque también extienden su apoyo a familiares y amigos. En principio, no tienen una formación profesional específica, si bien les distingue conocimiento y experiencia sobre la situación, con el fin de poder atender psicológicamente al entorno del enfermo o recién fallecido con total empatía. Un servicio dirigido a compensar necesidades emocionales del momento:
- De manera previa, en el proceso de dolor ante una enfermedad irreversible.
- En la fase de morir con serenidad y respeto.
- Tras el fallecimiento, en forma de consuelo y ánimo a los allegados del difunto.
Último viaje
Las doulas realizan su trabajo con una gran dosis de humanidad, que precisa información detallada del enfermo o del difunto para conocerlo muy de cerca. Fotografías, conversaciones, vídeos, canciones, ayudan a pintar un retrato perfecto y son un buen punto de partida para un último viaje entrañable con emociones a flor de piel. Estas ‘compañeras’ sostienen el peso de la situación: alivian síntomas o mejoran la experiencia, explican bien las opciones posibles en esta etapa de la vida, incluso pueden quedarse con el cuerpo del difunto o acompañar al enfermo junto con la familia, o en ausencia de esta.
Sí, el duelo es un proceso muy personal que cada uno vive a su manera, pero también es cierto que se repiten modelos de conducta a partir de situaciones parecidas. Cada vez más, morimos en hospitales y no en casa, en un entorno monitorizado y de visitas limitadas, condiciones estrictas y complejos partes médicos. Un ambiente más bien frío y distante, que precisamente no facilita el proceso emocional del enfermo y el tránsito sosegado a la muerte. En realidad, una doula no deja de ser un extraño que podríamos ver como una amenaza en un momento tan íntimo, pero la gran ventaja es que entiende los tiempos y sabe dejar el espacio preciso. Asimismo, con frecuencia somos más receptivos con personas ajenas, que acabamos de conocer, expresándonos con mayor libertad y sin prejuicios de por medio.
Unidad de dolor
Cuando la realidad no coincide con la lógica previsión, sobreviene la frustración y las doulas funcionan como una auténtica unidad de dolor, tratando de mitigar un sufrimiento innecesario. En una situación desbordada por sentimientos tan profundos como contradictorios, su compañía resulta una muy buena opción para gestionar la muerte y ayudar a morir con dignidad. Y ante la desesperación que provoca la reciente o inminente pérdida de un ser querido, proporcionan la respuesta idónea en la incertidumbre, reconducen a la calma en la desorientación, y devuelven la seguridad frente al vacío de la ausencia. En el fondo, son manos expertas que abrigan cuando la muerte sobrecoge, una especie de coaches del duelo que saben bien qué hacer y qué decir cuando nos quedamos en blanco, paralizados, vulnerables en el morir y ante el sufrimiento. Son buenas compañeras cuando llega la impotencia en esa sensación de caída libre y la lucha ya no tiene sentido, pero sí queda lugar para la aceptación de la muerte en una atmósfera de paz y seguridad.
Decir adiós
Las doulas parecen desplegar un eficaz manual de autoayuda en la etapa final de la vida, en enfermedades degenerativas y en pacientes terminales cuando la situación ya es irreversible. Preparan para aceptar la muerte por el propio enfermo y su entorno más próximo, porque los allegados quedan huérfanos y caen en el olvido tras las formales condolencias. Por supuesto, las doulas precisan la voluntaria aceptación y predisposición para ejercer de perfectas asesoras de familia y de cabecera cuando ya no hay vuelta atrás, especialistas del buen morir para ir de la mano hasta el último momento. Porque decir adiós no es fácil para nadie.
Preparar la muerte no es sólo un proceso físico o psicológico. Dejarlo todo preparado es cuidar también de los que se quedan. Infórmate de los seguros de decesos de Occident, diseñados para evitar trámites a las familias en los momentos más delicados.