El amor es un sentimiento presente en todas las etapas de nuestra vida
El amor mueve nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos. Nos lo recuerda fechas tan significativas como el Día de San Valentín, aunque la verdad es que esta emoción – que está presente también en la mayoría de manifestaciones culturales y sociales que nos rodean – la percibimos de manera diferente a lo largo de la vida.
A medida que crecemos y maduramos, descubrimos nuevas maneras de vivir el amor y el enamoramiento y comprendemos nuestros sentimientos desde perspectivas diferentes.
El amor en la infancia
Desde bebés experimentamos el amor filial, es decir, el vínculo afectivo que se establece entre padres e hijos. En este momento, el centro de nuestro amor son mamá y papá. Pero, aun siendo niños, esta emoción empezamos a dirigirla a otras personas.
Cuando empezamos a ir al colegio, descubrimos que nuestra profesora nos cuida y nos proporciona toda su atención. Entonces, pasa a ser nuestro nuevo amor. Y aun damos un paso más allá, y descubrimos el amor fraternal en la figura de ese amigo con el que nos pasamos el día y con el que establecemos vínculos de amor muy fuertes. Es entonces cuando conocemos la amistad.
El amor adolescente
La adolescencia es la etapa en que descubrimos el amor romántico, y en la que llega a nuestra vida por primera vez la figura del novio/a. Es el momento en que aparecen también nuevas emociones ligadas al amor, la atracción física. Pero sin duda, por lo que más destaca el amor adolescente es por la intensidad con la que se vive el enamoramiento y todos los sentimientos que lo rodean.
A partir de los 20 años este amor adolescente se transforma y empieza a incorporar el valor de las experiencias vividas hasta el momento para decidir si queremos estar con alguien como nuestra pareja.
El amor en los adultos
Cumplidos los 30 años, ya empezamos a ver el amor como la necesidad de una relación estable y más madura y nos centrarnos en otros aspectos para elegir pareja, como las emociones y la forma de pensar. De esta manera, crecemos y mejoramos como personas.
Además, a medida que cumplimos años y formamos una familia, incorporamos otro tipo de amor: el fraternal hacia nuestros hijos. Por supuesto, no dejamos de disfrutar del enamoramiento y de la complicidad con la pareja.
El amor en la vejez
Cuando los hijos ya han crecido y a la vez forman su propia familia, descubrimos otra vez nuestra pareja desde la perspectiva que nos proporciona la madurez y toda una vida compartida.